jueves

EL MIEDO EN EL CUERPO

Las emociones no se sienten en el aire. El miedo mucho menos. Esa emoción tan útil y que va desde la simple aprensión, hasta el pánico mas absoluto, la sentimos en y con el cuerpo. La aprensión, aunque de la misma calidad, tiene tal sutilidad que raramente la notaremos físicamente. Solo fiándonos bien conseguiremos identificarla. La postura del cuerpo, la forma de pensar, la actitud, la tendencia a actuar, son un fiel reflejo de ella. Una persona que siente aprensión no nota como su corazón se desboca, no cree que va a morir o que una catástrofe terrible va a azotarla en cualquier momento, no se marea. Una persona que siente aprensión cree que es posible que no sea capaz de esto o de aquello, su cuerpo se “recoge”, juguetea con manos o pies, se ensimisma, o piensa en evitar el objeto de su aprensión. Pero esta emoción está habituado/a a sentirla, a tolerarla y a manejarla, no le resulta extraña.
Lo realmente interesante es lo que sucede cuando sentimos pánico o miedo intenso. Estamos tan poco habituados a gestionar y por tanto, a sentir esta emoción, que en ocasiones podemos llegar a convertirla o a reducirla a algo físico o médico.
El corazón desbocado, sin poder tragar, con un nudo en el estómago, sudando, temblando, pensando en que la muerte está cerca. A veces, incluso, la tensión hace que nos duela el cuerpo, que tengamos el cuello agarrotado o que cualquier molestia física se incremente exponencialmente. Y a veces, el que trata de ayudar, cae en el error de intervenir en esas molestias, y entonces, todo se complica.



Esto pasa, especialmente, cuando la persona tiene todos estos síntomas, y no identifica el motivo del terror, del miedo. Entonces pueden sucederse el rosario de consultas, de médicos, de para-profesionales, hasta que llegan a las consultas de psiquiatría y psicología. En estos casos el paciente llega cansado de que se le niegue su sufrimiento y su dolor. Dolores y sufrimiento que por supuesto tiene, pero no por los motivos que él cree. Son otros. Es el miedo. Es la vida. Y la vida y el cuerpo, por tanto, están en íntima comunión. Uno no es ajeno al otro, el otro no es ajeno al uno. Me sorprende que a las alturas que estamos, aún los profesionales sigamos manejando la infantil división entre mente y cuerpo.

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