El tema de los vínculos de apego y de las relaciones es fundamental a la hora de entender el problema que nos ocupa. En una gran parte de los casos, por no decir en todos, el desencadenante de los ataques de pánico es el “estado” de una relación.
Según el DSM IV “la edad del inicio del trastorno varía considerablemente, si bien lo más típico es que el inicio tenga lugar entre el final de la adolescencia y la mitad de la cuarta década de la vida, lo que podría indicar una distribución de tipo bimodal, con un pico de incidencia al final de la adolescencia y otro pico de menor entidad en la mitad de la cuarta década de la vida”. Este conocimiento estadístico del problema, indica que sobre todo se desarrolla en el inicio de la adultez, y en menor grado en torno a los cuarenta años.
El lector estará de acuerdo en que son dos momentos críticos en la vida de las personas, ya que en el caso de la adultez, como decía Kundera, en la edad de la ignorancia, se toman decisiones fundamentales para el resto de nuestra vida, y se toma distancia de lo que han sido nuestros principales vínculos afectivos, incorporando otros. En el caso de la cuarentena, también seguramente (y esto es pura especulación) se estará haciendo una valoración de la vida y de lo que queda de ella, ya que “la muerte es un hecho posible” (un frase maravillosa que encontré en “El Dios de las pequeñas cosas” de Arundathi Roy).
Los síntomas pueden ser de tipo constrictivo, con síntomas toráxicos (asfixia, pelota en el estómago, taquicardias) y por supuesto, correlatos cognitivos (pensamientos catastróficos de muerte y/o amenaza a la propia integridad). Cuando se dan estos síntomas, el problema suele ser que el agente no "encuentra salida", se siente limitado y constreñido por una relación, o situación, en la que percibe no tener escapatoria. Posiblemente, también se sucedan arranques de rabia y/o agresividad, especialmente si el agente ha logrado conectar en alguna medida los síntomas con la situación interpersonal que los provocan.
También pueden haber crisis de “desvanecimiento” o “irrealidad” y desmayo. En estos casos, se percibe a la relación principal como “en la cuerda floja”, es decir, se está percibiendo el vínculo como poco seguro.
Por supuesto, esto no quiere decir, que haya responsables de los síntomas, y mucho menos las personas del entorno del agente. En cualquier caso, podríamos decir que son el resultado lógico del vivir, y de cómo la persona que sufre los síntomas “construye” el vivir y sus devenires.
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